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Fusionarse o huir del compromiso, dejarse desear o sacrificarlo todo: muchas veces desequilibradas, nuestras relaciones amorosas pueden causar sufrimiento y frustración.

“Sólo vivo amores irrealizables”

“Colecciono amores imposibles: parejas casadas, fóbicos al compromiso…”

Enamorarse de una persona no disponible no es un “síntoma” preocupante en sí mismo, a menos que esta situación se repita. Podemos entonces preguntarnos si apegarse a personas inaccesibles no es una forma indirecta de huir del compromiso, de seguir soñando en silencio con un gran amor. ¿Estaríamos también enamorados si el otro no estuviera casado? ¿No es esta imagen  la que nos fascina? Es poco probable que una relación romántica funcione si es sólo un “pretexto” para llenar viejos vacíos.

Finalmente, vivir sistemáticamente una relación que está condenada desde el principio también puede revelar una falta de autoestima. Una persona que se siente poco interesante buscará a alguien “extraordinario” para aumentar su ego. Sin embargo, cuantos más fracasos experimentamos, más reforzamos nuestra certeza de no valer mucho. Es experimentando tu singularidad, trabajando tus “pequeños” talentos, desarrollando intereses personales que, poco a poco, dejarás de desvalorizarte y de condenarte a la soledad afectiva.

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“Doy demasiado”

“Respondo a todos sus deseos, incluso me los anticipo, para que el otro no se pierda nada… A cambio, me critican por ser demasiado entrometido. »

Esta generosidad esconde muchas veces una falta de confianza en uno mismo que empuja a satisfacer las necesidades del otro para reducir el riesgo de perderlo, y sobre todo en la esperanza de ser amado. Sin embargo, para el psicoanálisis el deseo se alimenta de la carencia. Al “alimentar” a su pareja de esta manera, al anticipar sus más mínimos deseos, corre el riesgo de extinguir todo deseo en él.

Las personas que adoptan este comportamiento, de tipo maternal, suelen ser aquellas que forman pareja muy pronto para escapar de un entorno familiar asfixiante, o, por el contrario, intentan crear esa pareja amorosa que no han conocido con sus padres. Para reducir el riesgo de aislamiento en la relación, es importante abrirse a otros horizontes, diversificar los propios centros de interés, dejar en paz el ámbito amoroso para volver a él, más seguros, mejor nutridos y por tanto menos “asfixiantes”.

“Me aferro al amor”
“Cuando me enamoro, toda mi vida se transforma, dependo completamente de este amor. »

Si el estado de pasión es estimulante en las primeras etapas de la relación, se vuelve problemático cuando el apego amoroso se convierte en dependencia. Es decir, incapaz de existir sin el otro. Este funcionamiento hace que sea imposible o doloroso construir una relación duradera. Esta adicción al amor, que nos coloca en el papel del niño dependiente del padre, puede revelar un rechazo y/o un miedo a la responsabilidad. También puede mostrar el deseo insaciable de suplir un desamor sentido en la infancia.

Finalmente, esta adicción es a veces un signo de falta de confianza en uno mismo y de autoestima. El otro tiene la única función de llenar un “vacío de identidad”. Es necesario entonces un largo trabajo terapéutico para salir de este funcionamiento doloroso y repetitivo, cuyas raíces se remontan a la infancia.

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“Nunca consigo nada”
“Doy, tiempo, pequeñas atenciones, muestras de ternura, pero nunca recibo nada a cambio. »

¿Ha sido así desde la infancia? Si nos encontramos sistemáticamente con “avaros emocionales”, podemos reproducir interminablemente el patrón de nuestras primeras relaciones emocionales. Inconscientemente buscaremos parejas como nuestros padres, que son poco demostrativos. También se puede sufrir del “complejo de salvador”. El objeto de nuestro amor es una víctima que necesita nuestro cuidado, nuestra atención constante, nuestra generosidad. No es el azar lo que siempre nos lleva a “malas” parejas, sino nuestra necesidad inconsciente de “sacrificarnos”.

Al final del día, una de las preguntas clave es: ¿realmente queremos que esto cambie? ¿Estamos listos para recibir? Es siendo más claro contigo mismo que puedes hablar de tus frustraciones con tu pareja. En concreto, expresándolos cuando los sentimos, lo que nos permitirá saber si son fantaseados o reales. Al comunicarle nuestras necesidades, nuestras carencias y nuestras expectativas, le dejamos la posibilidad, no sólo de responderlas, sino de comprender mejor el funcionamiento de la pareja.

Si a pesar de todo persiste la sensación de no recibir nada, puede que sea el momento de ir a cuestionar tu historia y desentrañar los bloqueos con un terapeuta.

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“No doy antes de recibir”
“Para entablar una relación, para expresar mis sentimientos, necesito que el otro me dé, de antemano, pruebas de su apego. »

“Dejarse querer” es una técnica de seducción. Pero mantener este juego en la relación corre el riesgo de distorsionar la calidad de la comunicación íntima. Atreverse a expresar el propio deseo, expresar los propios sentimientos son signos de autonomía afectiva. El otro da pruebas para dejarse querer. expresar lo que uno siente . La falla se experimentaría como una pérdida de poder. Sin embargo, dar y recibir, pedir y negar son las bases de una auténtica relación íntima. En el centro de esta dificultad para “mostrarse” está la dolorosa cuestión de la confianza en uno mismo. Para reforzarlo, podemos intentar, a diario, experimentar el placer de dar, de la verdadera generosidad. Dar un regalo a un familiar, a un amigo, hacer un cumplido a un colega… Sin esperar nada a cambio sino sintiendo el placer de haber complacido al otro. El objetivo es lograr la libertad gestual en nuestras relaciones, ya sean sociales, familiares o afectivas. Para que, con el tiempo, dar pruebas de interés, ternura, deseo o amor ya no sea un peligro.

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“Huyo de todo apego”
“En cuanto el otro se plantea planes de pareja a largo plazo, me siento prisionera… ¡y me escapo! »

Paradójicamente, huimos por miedo a caer en la dependencia emocional. Estar apegado a tu pareja durante mucho tiempo puede hacerte temer perder todo deseo. La fobia al compromiso a menudo ha sufrido por el amor paterno sofocante. Encontrar esta situación provoca angustia. Esta fobia también puede resultar de la creencia inconsciente de que la pareja ideal es la formada por sus padres, de ahí el deseo de mantener intacto este mito absteniéndose de formar uno a su vez. La ansiedad de pérdida también puede explicar este comportamiento paradójico.

Podemos iniciar un cambio tratando de poner en palabras lo que nos hace querer huir. Verbalizar tus miedos puede ayudar a aliviarlos. Cuando la ansiedad no es demasiado intensa, puedes “entrenar”  el compromiso: programar proyectos realistas para dos (concierto en tres semanas, viaje en seis meses, etc.) y llevarlos a cabo. Construir, paso a paso, la relación sintiéndonos actor y no rehén.

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Autora: Lucia Rodríguez Brines

Apasionada e investigadora de la mente humana. Respeto el sufrimiento humano y procuro ayudar a disminuirlo. Convencida, como psicóloga y como meditadora, de que existe un proceso de evolución de la psique del ser humano. Cómplice del desarrollo de conciencia y valores humanos.

 

 

 

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