Si la inactividad se considera en nuestra cultura como la “madre de todos los vicios”, es comparado en China con una cierta sabiduría. En su libro ¿Por qué los chinos tienen tiempo ?, la filósofa Christine Cayol nos explica qué ganaríamos al imponernos una seria disciplina del tiempo libre.
Una disciplina de ociosidad
“General, ¿sabe cómo no hacer nada?” André Malraux le pregunta a Charles de Gaulle. “¡Pregúntale al gato!”.
No es fácil para nadie imponer una disciplina de la ociosidad, pero es esencial. La vida no es trabajo: trabajar sin parar te vuelve loco. Y querer hacerlo es una mala señal: aquellos de sus empleados que no pudieron alejarse del trabajo de ninguna manera fueron los mejores.
¿Qué pasa si la ociosidad es como una disciplina? ¿Qué pasaría si en la era digital, donde cada momento requiere acción o participación activa de nuestra parte, el requisito para nosotros consistiera en saber cómo no hacer nada? Tómate un momento para jugar con el gato, caminar por el bosque, mirar las estrellas. Hacer cosas sin resultado.
Tiempo libre disculpa
La ociosidad le da a los pensamientos un ritmo natural, ni demasiado rápido ni demasiado lento. Alberga la capacidad de no querer controlar todo. Permitirse una caminata regular o una siesta es como permitir que el mundo gire sin nuestra participación constante. Está en el fondo de una actitud humilde y alegre. Porque el peso de la acción, si es constante, se asemeja a la roca de Sísifo: condena la repetición, impide ver con claridad. Las personas hiperactivas, que se quejan de que sus hijos son incapaces de aburrimiento, silencio, contemplación, no saben cuán correcto era de Gaulle: es esencial imponer una disciplina de ociosidad, especialmente cuando eres impulsado por la ansiedad o la emoción que genera la acción.
Permitirse una caminata regular o una siesta es como permitir que el mundo gire sin nuestra participación constante.
Adquiera el hábito de la ociosidad
“Somos lo que seguimos repitiendo“
(Aristóteles).
La disciplina es una virtud en el sentido aristotélico, porque para Aristóteles, la virtud resulta en parte del hábito. Y es un equilibrio justo entre dos extremos: el exceso de actividad y la pereza, la virtud de la ociosidad fortalece nuestra humanidad.
Constantemente querer actuar, correr, denota un signo de dependencia extrema y, por lo tanto, una perturbación o neurosis. Cualquier actividad, por noble o emocionante que parezca, puede convertirse en una droga.
Del mismo modo, esta fuerte pereza que posterga hasta mañana, siempre mañana, los esfuerzos a realizar, es el síntoma de una dificultad para vivir.
Estos dos excesos nos debilitan y son tendencias automáticas mentales que debemos de erradicar. No producen la fuerza del corazón, la inteligencia situaciones y la amistad humana.
Autora: Lucia Rodríguez Brines
Apasionada e investigadora de la mente humana. Respeto el sufrimiento humano y procuro ayudar a disminuirlo. Convencida, como psicóloga y como meditadora, de que.existe un proceso de evolución de la psique del ser humano. Cómplice del desarrollo de conciencia y valores humanos.
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