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La compasión en psicología se define como la pieza clave de la autoestima. Si uno tiene compasión por uno mismo, te entiendes, te aceptas, te permites cometer errores, no te pones expectativas demasiado elevadas sobre ti mismo/a, te fijas metas que puedes alcanzar (no excesivas), en resumen, eres bueno y amable contigo.

La compasión es lo que nos permite dejar de continuar cultivando el hábito tóxico y nocivo de la autocrítica. En posts anteriores ya comentamos que la autocrítica es la voz interior de uno mismo que suele acompañar siempre a las personas con baja autoestima y que nos llena de una corriente tóxica de emociones negativas y percepciones muy sesgadas y erróneas de uno mismo alterando nuestra propia autoimagen por una monstruosa y deformada.

La compasión por uno mismo nos hace sentir valiosos, afirmando nuestra valía, a diferencia de la autocrítica que durante años puede habernos hecho sentir rechazables.

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En general se suele creer que la compasión es un rasgo del carácter (como la simpatía, la sinceridad, etc), y que si uno tiene compasión se muestra amigable, amables con los demás, etc. Esto es así, pero cuando hablamos de compasión en autoestima nos referimos a una facultad, una facultad que podemos desarrollar si no la tenemos y mejorarla si ya la tenemos algo desarrollada. Además no sólo nos referimos a la compasión hacia los demás sino hacia uno mismo –aunque en el fondo no estén separadas-.  Compasión en autoestima hace referencia a ser amable, justo, bueno y útil con uno mismo.

Primer paso: Comprender

Comprender es el primer paso en la compasión. Se trata de no lanzarnos a juicios precipitados, y por el contrario, hacer el esfuerzo por comprender porqué actuamos como lo hacemos.

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Por ejemplo, una clienta iba conduciendo de vuelta a casa en su trayecto habitual, tenía que presentar un proyecto al día siguiente y se sentía muy presionada, insegura, etc, y se le encendió la bombilla: se compraría unos dulces que le encantaban y se imaginó en el sofá de su casa disfrutando de éstos. Rápidamente su voz autocrítica la asaltó: “no tienes autocontrol, hay que ver cómo eres, intentando mantener una dieta sana y te lanzas a comer dulces…”.

 

Entonces mi clienta realizó el esfuerzo por comprender por qué le venía ese deseo de comer dulces y comprendió que siempre que se sentía vulnerable o que debía enfrentar algo difícil o se sentía presionada comía en exceso porque le ayudaba a sentirse más segura. Al comprender esto, fue capaz de sentir más unión y compasión hacia sí misma (ya  no se vio como una glotona sin remedio sino como una respuesta a situaciones difíciles) y por supuesto, encarar una solución.

Este ejercicio y voluntad por comprender nos ayuda a conocernos más a nosotros mismos, a tener una idea más exacta de quiénes somos y a partir de aquí podemos ir abordando un cambio y crecimiento.

También podemos aplicarlo con los demás. Otra clienta tenía un problema con su hermano. Éste reaccionaba con ira o irritación cuando ella –que era la hermana menor- trataba de sugerirle algunas pautas de convivencia –ya que compartían piso-, o alguna forma de hacer las cosas más “adecuadas” según su percepción, etc. Ella se molestaba al observar la reacción iracunda de su hermano mayor porque según ella “sólo intentaba  corregir ciertas cosas y hacer que las cosas mejorasen en cuanto a limpieza, orden, etc”.

Cuando ella comprendió que su hermano mayor era susceptible a la crítica y que ella misma a menudo intentaba controlar y dirigir en exceso  (es decir, tenía un problema ansioso) comprendió que su forma de relacionarse con él le hacía sentirse sin confianza y como si todo lo hiciera mal. Des de entonces ella comenzó a fijarse y señalarle las cosas positivas que veía en él y en cuanto a sugerencias, quejas, etc pasó a transmitirlas de forma asertiva, con respeto y sin reproches.

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Des de entonces se siente mucho mejor consigo misma y la relación con su hermano mejoró mucho. Así pues, este ejemplo ilustra cómo si nos entrenamos en comprender aflorará empatía y una solución a los problemas.

Segundo paso: Aceptación

La aceptación es el aspecto de la compasión quizás más difícil de cultivar y entender. Se trata de reconocer los hechos sin realizar juicios de valor.  No lo juzgamos como bueno o malo,… sino que reconocemos la realidad tal cual es.  Por ejemplo: si estoy obeso/a aceptación no es pensar “es genial estar obeso” sino “me doy cuenta de que estoy obeso, que me pesa la barriga, etc, que voy caminando con pesadez y fatiga, pero dejo pasar mis sentimientos sobre ello y abordo la realidad tal como se presenta ahora”.

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Con los demás sucede lo mismo, aceptamos de los demás los hechos: “si alguien es calvo, o es antipático, etc lo veo, lo acepto, es decir, no me lanzo a juzgar todo eso, simplemente tengo consciencia de ello y me lanzo a aceptarlo como parte de la realidad actual”. Reconocemos la realidad sobre ellos despojada de nuestros juicios habituales.

Había un cliente por ejemplo que tenía un compañero de trabajo con quien no sentía afinidad sino fastidio, siempre era crítico y perfeccionista con el trabajo suyo y el de los demás, les decía lo que tenían que hacer,etc. Un buen día en consulta trabajamos la aceptación y este cliente comprendió que su compañero de trabajo tenía esos defectos de carácter y que no podía cambiarlos, y que también era una persona abnegada con su trabajo y responsable. Así pudo trabajar con él y fue como también aprendió él mismo a ser más responsable y pulcro con su trabajo.

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