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A menudo tendemos a tomarlos como pruebas de amor. Erróneamente.

Celos, sobreprotección, dependencia, hiperintensidad, posesividad. ¿Su punto común? Todas estas emociones son parte del sentimiento de amor, pero no pueden considerarse la expresión del verdadero amor. Cada uno de ellos tiene la particularidad de hacer desaparecer al otro y devolverlo a lo mismo, es decir a uno mismo.

Vamos a ver algunas interpretaciones que realiza el psicoanálisis sobre el origen inconsciente de estos errores que impiden amar.

Celos

Es insoportable, la mirada del otro que se detiene en alguien que no somos nosotros. Cuanto más doloroso es el mordisco de los celos, más profundo parece el amor. En el amor verdadero se desarrollan simultáneamente dos partes: entre sujetos, “yo amo”, y entre objetos, “soy amado”. Pero en los celos sólo está activa la dimensión “objeto de amor”. Debido a que el celoso se ve a sí mismo principalmente como un objeto de amor para el otro, no puede soportar que su mirada se desvíe de él. Cree que ama, porque sufre ante la idea de no serlo más.

Pero ¿qué hay de su amor por él? Ésta es la pregunta que los celos eluden. En realidad, los celos excesivos ignoran al otro mientras se alimentan de él. Habla sólo de sí misma, de estas heridas narcisistas, de esta dificultad para constituirse como ser autónomo, como sujeto. En esta relación, el otro es amado sólo porque le da al celoso una consistencia de ser que le falta.

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Sobreprotección

Me preocupo por ti, hago tu vida dulce, te protejo… “Ti voglio bene”, “Te deseo lo mejor”, también significa “Te amo” en italiano. A primera vista, nada más altruista y auténtico que este amor que se expresa en el cuidado del otro y en una cierta abnegación de uno mismo. Sin embargo, el inconsciente no tiene nada que ver con los regalos, que no le aportan nada; en realidad sólo busca gratificaciones personales.

Aunque no es fácil de admitir, el amor que nutre en realidad habla de nuestras propias imágenes internas de los padres, se les enseña una buena lección, con la melodía de: “¡Así es como tendrían que haber tratado al niño que yo era, malos padres! En cuanto a nuestro compañero, le dice: “Ahora te toca a ti cuidarme. O : “No tienes interés en irte, nadie te tratará mejor que yo”. En cualquier caso, está claro que se trata de una alianza que pretende, y a veces lo consigue, curar heridas de la infancia: abandono, maltrato físico o psíquico. No se trata tanto de superar, ni siquiera de olvidar, sino de corregir los errores del pasado.

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La dependencia

Ser dependiente es estar dispuesto a cualquier cosa para evitar enfrentarse al insoportable vacío de uno mismo que se produce cuando el otro se aleja. Como el niño que sólo se siente vivo y seguro cuando está conectado con su madre.

La adicción al amor habla de amor, pero de amor decepcionado, herido, engañado. Como si, al comienzo mismo de su vida, el niño hubiera sido engañado con la mercancía del “amor” (¿su madre estaba realmente presente ?) , amor parcialmente realizado. Habiendo estado emocionalmente desnutrido, no puede ser autosuficiente.

Es por ello que la adicción al amor refleja, en la edad adulta, el deseo de reparar la profunda herida provocada por esta primera fusión “fallida”. Pero esta reparación está condenada al fracaso, porque la fusión total y permanente con el otro es imposible.

Hiperintensidad

La relación romántica se vive exclusivamente en un tempo apasionado. Esto es sin duda lo que hace decir a la gente: “Es el gran amor, el verdadero”, tan abrumadoras son las sensaciones y emociones que provoca. La temporalidad se modifica, queda ahora el tiempo previo al encuentro, un pasado desprovisto de todo sentido real, y el presente que devora todo a su paso. Porque está movido por la necesidad y no por el deseo, que se alimenta de la espera y de la carencia, este amor se consume inmediatamente después de ser consumido.

Este modo de amor, en el que las palabras son a menudo fuente de conflicto, es el de los adolescentes y de todos aquellos que temen el desprendimiento de sí que supone la verdadera intimidad con el otro. El choque de la pasión ahoga todos los demás sonidos. Así es como, al menos por un tiempo, puede ocultar el vacío, el callejón sin salida o los malentendidos de una relación.

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Posesividad

El deseo de posesión es uno de los componentes del amor, pero cuando es central y permanente, ya no se trata del amor, sino del miedo. Poseer es poder amar sólo al alcance y la vista. Sin la impresión de controlar el perímetro vital del otro, el pánico miedo, incontenible, brota de lo más profundo de la psique. Porque este otro me constituye, no puedo dejarlo ir. El posesivo, a diferencia del dependiente, no busca la fusión: no puede fusionarse con alguien a quien considera parte de él, como un miembro o un órgano. La posesividad, más arcaica que el sentimiento de celos, toca los límites del cuerpo, sus representaciones psíquicas.

Así, cuando el posesivo pierde el control del otro, se siente amenazado en su misma vida, como si su pareja lo dejara sin sangre, vaciado de su sustancia vital.

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Autora: Lucia Rodríguez Brines

Apasionada e investigadora de la mente humana. Respeto el sufrimiento humano y procuro ayudar a disminuirlo. Convencida, como psicóloga y como meditadora, de que existe un proceso de evolución de la psique del ser humano. Cómplice del desarrollo de conciencia y valores humanos.

 

 

 

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