Ser ambicioso es bueno. Pero cuando nuestro deseo de hacerlo mejor se convierte en una voluntad implacable, puede causar estragos… en nosotros y a nuestro alrededor. ¿Cómo encontrar el punto medio?

Nuestra época nos incita a pensar que siempre debemos hacerlo mejor… ¿Nos impide esto disfrutar de la vida?

Absolutamente, porque estamos inmersos en una cultura de “felicidad forzada” que nos insta a ser perfectos en todos los ámbitos. Hace algún tiempo recibí a una joven madre que no soportaba que su bebé de 16 meses escupiera la comida, se echara a reír y salpicara su ropa limpia y su hermosa cocina. Esto la puso en un estado tan nervioso que el bebé rápidamente se dio cuenta de que tenía que portarse mejor. “Pero ahora que mi hija está limpia mientras come, agregó esta mujer, puedo ver que está triste, porque la comida ya no es un juego entre ella y yo. Esta madre se dio cuenta de que su exigencia de perfección le había hecho perder el vínculo con su hijo y la alegría de vivir”.

¿Por qué algunos caen en tal exceso?

Primero por narcisismo. Se valoran a sí mismos a través de su desempeño, que es un motor siempre y cuando no sea la única manera de amarse porque, cuando su desempeño es menos bueno, estas mismas personas se encuentran en grandes dificultades.

Algunas personas buscan ser perfectas por miedo a las críticas, como aquellas que pasan horas limpiando la casa y te dicen: mi casa tiene que estar impecable…si alguien viniera de forma inesperada, no soportaría que me juzguen mal. Finalmente, están aquellos que luchan por la perfección por el deseo de dominar todo y porque no tienen confianza en sus habilidades inventivas. Un ejecutivo de la empresa me contó su pánico cuando su superior le había advertido, una hora antes de una reunión, que tendría que hablar de un proyecto apenas esbozado: “Primero busqué a toda costa la manera de evitar esta presentación… porque odio que me cojan con la guardia baja”.

¿Cómo distinguir el buen perfeccionismo del perfeccionismo tóxico?

Todo es cuestión de dosificación. Si la brecha entre las metas que establece y lo que realmente puede hacer es demasiado pequeña, no hay desafío y la vida es aburrida. Pero si la brecha es demasiado grande, la meta nunca es alcanzable y nos encontramos en un sufrimiento permanente. El buen perfeccionismo estimula, pero no debe doler. ¡Eso no significa que no debas apuntar alto! Es gracias al “querer siempre más” que nace la belleza y la emoción: bailarines, músicos, artistas en general, ¡cuántas horas de trabajo son necesarias para que alcancen estos momentos de perfección que nos ofrecen lo más intenso! Pero este mismo requisito puede convertirse en fuente de parálisis e insatisfacción. Hay peligro cuando terminas tardando mucho más que otros en hacer el mismo trabajo porque eres muy quisquilloso. O cuando no puedes delegar porque crees que eres el único que puede controlar los eventos. O si te consideras una basura cuando no todo es perfecto.

¿Cómo evaluar las metas alcanzables, aquellas que no impliquen restricciones demasiado fuertes?

Son nuestras emociones las que mejor pueden informarnos. Los que están en el perfeccionismo positivo se sienten realizados. Puede fallar de vez en cuando, no hace un drama de eso. Mientras que el que está en un perfeccionismo tóxico se siente mal consigo mismo. Siempre antepone las obligaciones al placer, porque no acepta sus puntos débiles. Sin embargo, una cierta tolerancia hacia uno mismo es esencial para poder amar la propia vida.

Una cierta tolerancia hacia uno mismo es esencial para poder amar la propia vida.

¿Podemos liberarnos de este deseo de perfección que arruina la vida cotidiana? ¿Cómo llegar a ser… imperfecto?

Una vez más, es una cuestión de dosis. Siempre les digo a mis pacientes que no se trata de dejar caer más del 20% de su perfeccionismo, porque el 80% es bueno para ellos. Luego les pido que enumeren, en una hoja, las metas prioritarias de su vida y en otra, lo que realmente hicieron durante una semana. A menudo se dan cuenta de que no han logrado nada que fuera importante para ellos. En sus prioridades tenían escritas: cuidar a mi pareja, a mis hijos, aprovechar el tiempo para tomar un café con mis compañeros o pasar dos horas en mi jardín sin contestar el teléfono… De hecho, dedicaron su semana a pulir su trabajo. … O bien se enfrascaban en las tareas del hogar. O trabajaron tan fuerte para batir su récord anterior que no disfrutaron ni por un segundo del placer que debería haberles dado. Así es como el perfeccionismo le quita felicidad.

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Autora: Lucia Rodríguez Brines

Apasionada e investigadora de la mente humana. Respeto el sufrimiento humano y procuro ayudar a disminuirlo. Convencida, como psicóloga y como meditadora, de que existe un proceso de evolución de la psique del ser humano. Cómplice del desarrollo de conciencia y valores humanos.

 

 

 

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