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Te has preguntado alguna vez, en el caso de que estés soltero/a, ¿por qué estoy solo/a? quiero tener pareja, quiero conocer a alguien. ¿Qué ocurre? ¿por qué parece todo el mundo encontrar el amor menos yo? Lo más probable es que no consideres que la causa es interna, es decir, que en ti habitan algunas resistencias a alcanzarlo. Es paradójico, pero curiosamente, a la vez que deseamos el amor deseamos aún más mantenerlo alejado, y ¿por qué? ¿por qué lo quiero alejar si en realidad lo quiero tener cerca? ¿ no es una contradicción acaso?  Pues sí. Lo es, evidentemente. Pero detectar esta contradicción cuesta un esfuerzo de honestidad con uno mismo. La honestidad a veces llega a través de experiencias dolorosas que nos obligan a mirar hacia dentro.

Cuando intentamos alcanzar el amor, y una ty otra vez, nos frustramos porque algo sucede y no podemos conseguirlo, nos pone en un callejón sin salida, y eso es bueno , porque es la única forma de abordar el problema cara a cara.

Os explicaré la historia de una clienta que llegó a mi consulta. Ella era una mujer guapa, con un buen trabajo, poseía buenas habilidades para relacionarse, tenía un carácter afable y muchas cualidades, pero …por alguna razón no conseguía tener pareja, o lo que es más curioso, no conseguía enamorarse.

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Comenzamos primero a darnos cuenta, a admitir, que nunca se había enamorado de verdad. A partir de ahí observamos cómo era su relación con el sexo opuesto; des de hace unos años había mejorado y se relacionaba con mayor confianza, era menos tímida y permitía por parte de ellos más acercamiento, pero, aún así le sucedía algo……

Cuando aparecía un hombre que le interesaba y atraía, cuando él se interesaba en ella, ella se escondía, en cierta forma, le rechazaba. Tardó bastantes sesiones en tomar conciencia que lo que le asustaba era la intimidad emocional, y ¿por qué? Por que no estaba dispuesta a mostrarse, a vincularse con el otro, porque creía que eso era debilidad, que era perder su identidad , todo su mundo, su fantástico mundo que ella se creía que no podía compartir con nadie. Un mundo solitario.

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¿Y qué era lo que temía en esencia? AMAR. Temía el amor, porque amor es dejar el control, confiar…. No creía que pudiera confiar en nadie de verdad. Se juzgaba tanto a sí misma que creía que si otra persona se acercaba demasiado descubriría sus defectos también, y se reiría o no la aceptaría. No se daba cuenta que cuando compartes amor con alguien, lo más bonito es compartir esos defectos con el otro, esas tonterías y excentricidades que quedaban antes en el anonimato, sólo para tu mundo solitario, tienes oportunidad ahora de mostrarlas a otro, y el otro mostrar las suyas, ya que todos las tenemos. Y en ese mostrar uno se cura y se salva a sí mismo de la autocondena de sus defectos porque al compartirlo s y ser acogidos por el otro con naturalidad ya no te sientes solo/a en el mundo.

Otro punto importante es que a esta clienta le daba miedo el amor porque tenía miedo de todo aquello que significara perder el control. Creía que estaba haciendo algo malo si se dejaba llevar, creía que podía no volver jamás, que podía “perderse” en un universo paralelo jejeje

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Y os estaréis preguntando qué ocurrió con ella. Bien, un día llegó a consulta y me comentó que había conocido un hombre maravilloso. Me contó que nunca antes había sentido tantas sensaciones al estar con alguien, me habló de su dificultad al principio en mantener la mirada en los ojos de él y que más adelante pudo mantenerla e incluso descansar en ella, sintiéndose feliz en esa aceptación mutua; me habló también de la aparición de su miedo al principio y que quiso huir, pero que permaneció ahí y que en la mirada de él pudo encontrar una paz que nunca había sentido y que le dio pie a confiar en él, confiar en que no estaba haciendo nada malo –en el sentido que comentábamos antes-; me habló de su maravillosa sensación de felicidad y unión cuando le abrazaba o sentía su piel…

Pero tristemente ocurrió un revés que en realidad fue positivo que ocurriera. Ella todavía no estaba curado del motivo original de consulta, su miedo al amor. Así pues, esa relación tan pura que estaba iniciando le iba a reflejar con toda claridad esa miseria que arrastraba des de hacía años.

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¿Qué ocurrió? Os estaréis preguntando. Ella malpensó y huyó. Creía que se protegía. Creyó la voz que le ordenaba que no confiara, que él la engañaría, que no la aceptaría, también le decía que ella no conseguiría estar con él. Todas las ocasiones en que se vieron aparecía el miedo, no en todo momento, pero en ciertos intervalos. En lugar de observar la realidad y fiarse de lo que ella sentía (incluso localizable en un área concreta del cuerpo: el área del pecho-corazón) escuchó palabras crueles y enjuiciadoras.

¿Cuáles palabras enjuiciadoras? Que si esta persona se está mostrando seria y taciturna conmigo porque está a disgusto (¡incluso teniendo pruebas evidentes de que él deseaba estar con ella!, como el mismo hecho de recorrer largas distancias para coincidir y salir a un evento juntos). Que si solamente me utiliza para tener sexo pero en realidad el resto del tiempo se siente obligado a estar conmigo, etc. El problema de esta clienta era no saber comprender que el carácter de las personas es idiosincrático, que cada uno tiene una forma distinta de expresarse, hay personas más habladoras, otras más circunspectas…pero en ningún caso un silencio o una expresión seria tiene que reflejar rechazo, y menos cuando todo el contexto es perfectamente favorable y positivo.

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Esta clienta también interpretaba los silencios de la misma forma en la esfera virtual. “Si no me escribe no le intereso” (en lugar de buscar otras interpretaciones más ajustadas a la realidad, como…”en su trabajo no puede llevar el móvil encima” o “tiene timidez de hablarme quizás”.

El caso es que la clienta se hallaba felizmente suspendida en un flechazo pero no dejaba que la flecha del amor se clavara del todo, dudaba constantemente de si estaba ocurriendo lo que creía que estaba ocurriendo.

Finalmente, el chico detectó las reservas de ella, se dio cuenta, muy sagazmente, que ella dudaba de sus intenciones con ella, cuando ya había sido él muy claro con éstas. Se dio cuenta que ella no le aceptaba en su forma de ser, porque la malinterpretaba. En definitiva, se dio cuenta de que ella NO ESCUCHABA SU CORAZÓN. Ella sentía algo muy profundo por él, sí, y sentía que él sentía lo mismo, pero no le daba prioridad a esa realidad, sino que escuchaba voces falsas en su cabeza.

Él ahora desconfiaba de ella… ¿podrá de verdad quererme si siempre está dudando?

Y por otro lado ella se daba cuenta también que no podría amarle de verdad si no escuchaba a su corazón. Si no se entregaba. Ella tenía miedo de que le hicieran daño y por eso lo interpretaba todo en negativo, porque así no la pillaría de improviso, desprevenida.

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Pero todas esas interpretaciones negativas no eran verdad. Pensar constantemente en negativo, en que él fingía, etc, no la protegía, al contrario, era una cobardía, no VIVÍA. No estaba siendo realista. Estaba en una NEUROSIS, en una LOCURA. No estaba siendo cuerda. Su locura era fiarse de los fantasmas de su miedo.

La relación quedó suspendida, en suspenso. Dejaron reposar la situación los dos. Ella había sido cruel para protegerse y ahora él decidía si confiaba en que ella pudiera amarle de verdad a partir de este proceso.

En los días que estaban separados, ella se odiaba al principio a sí mmisma, pero luego entendió que a quien debía odiar, o mantener a raya y sacarle uñas y garras para mantener alejado, era al orgullo y al miedo. Al orgullo que no le dejaba mostrar sus defectos al otro, mostrarse, su mundo entero, (prefería dejar que creyera él que era una persona sin defectos y maravillosa en todo, una opción de amar bastante superficial).Ella misma no admitía sus debilidades, le gustaba creerse superior sin ser consciente, a causa de su perfeccionismo (creía que tenía que ser perfecta).

Al miedo debía desafiarle cuando éste le imponía que no creyera en que él la quería, que en realidad la dejaría o estaba jugando con ella, que se reía de ella,etc….LOCURA, pues tenía pruebas palpables de lo contrario, y aún así, anticipar siempre en negativo es una pobre forma de vivir.

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Ella hasta este momento en la última sesión me confirmó con una serenidad propia de quien transita una experiencia dolorosa, que no sabe cómo se desenlazará. Es el primer hombre del que de verdad se ha enamorado. Deseaba estar con él como nunca antes había deseado estar con nadie. Su temor al compromiso derivado de ese miedo al amor no la dominaba ya.

El último aprendizaje de esta mujer fue que cuando amas a alguien de verdad, no necesitas que te ame también el otro. Su lección fue no negarse que lo amaba aun cuando él se mostraba ahora distante y frío. Estaba aprendiendo a amar gracias a esta experiencia. Ahora estaba preparada para amar. Amar es amar. Cuando amas a alguien, quieres que sea feliz aunque no sea contigo, deseas su bienestar. Y aunque esa persona no quisiera compartir tiempo contigo o incluso no te tuviera en buen concepto, tú lo amas. No lo amas en función de si te ama a ti como quieres tú que te ame. Eso es infantil. Amar sin esperar nada.

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Y hay un cuento de Jorge Bucay que le leí en consulta para gestionar la impaciencia, la incertidumbre de si él volvería a estar con ella o no. Es un cuento que explica que debemos soltar la hoja en el río, y atrevernos a esperar pacientemente. SI la hoja regresar a ti por la corriente, siempre fue tuya, sino…nunca lo fue.

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