El universo detrás de las palabras
Des de pequeña había sentido predilección por las palabras y el poder que me parecía que contenían, y aunque el impulso innato a hablar es común en todos los humanos, me parecía que una brillante exposición de palabras podía esclarecer una situación de interacción entre personas y sus acciones, podía aliviar a una persona padeciendo y alimentar o destrozar el corazón de un enamorado.
Cuando el ser humano se vistió también vistió su comunicación con los demás congéneres gracias al lenguaje. El lenguaje es un prodigio del cerebro que nos permitió hilvanar recuerdos del pasado y deseos y predicciones futuras. Así también nos ayudó a desarrollar la comprensión de los estados emocionales y las necesidades humanas más básicas y más sofisticadas, como el sentirse escuchado.
Las palabras incorpóreas y huidizas no buscan marcar su huella pues fueron creadas para volar y ser libres, incapturables. Únicamente la escritura puede amistarse con ellas e hizo un pacto para plasmar su significado en un soporte material para permanecer en el recuerdo de la historia humana.
Las palabras y el lenguaje evolucionaron hasta fomentar la creación de un compartimento del cerebro destinado al procesamiento de éstas, otro a la conexión de éste con la percepción visual…y así sucesivamente hasta crear una multiplicidad de compartimentos que en unión cooperan para otorgar significado a nuestra realidad.
El lenguaje prosiguió su sofisticación hasta que en la fecha somos capaces de sugestionarnos (construyendo emociones e imágenes cambiantes), de configurar realidades inexistentes (como cuando imaginas que tu amigo opina algo de ti que no te ha expresado nunca y que ¡en realidad no opina!),…en otras palabras, el lenguaje moviliza nuestras neuronas, la sensibilidad de sus conexiones se altera a cada segundo (hasta 60000 pensamientos tenemos a cada minuto) según el viento –metáfora del pensamiento y el lenguaje, incorpóreos y fugaces, pero reales y cambiantes- que las palabras implícitas a cada pensamiento creador e interpretador de la realidad gestan arbitrariamente a veces.
Nuestra pelea con el lenguaje comenzó en la era de la sobreimportancia otorgada al pensamiento. Igual que el viento no ansía permanecer en un mismo lugar y su aparición es silenciosa y tiende a desaparecer, con los pensamientos sucede lo mismo.
Un cerebro capacitado para aprender de sus errores, eso somos. Por esta razón lo único que debemos aprender de nuestros pensamientos es que no son un problema, son naturales y algunos los elegimos debido a razones inhóspitas a veces, pero no son los responsables definitivos de quiénes somos, únicamente medios que nos guían en la comprensión de nosotros mismos, de nuestras emociones y, por ende, de las de los demás.
El pensamiento que permanece nos enseña que nuestro apego a él es innecesario y nos ayuda a preguntarnos porqué nos aferramos a él y si no es mejor dejarlo libre por si acaso no describe bien la realidad de lo que creemos ser.
Los pensamientos compartidos con los demás, similares o idénticos, nos invita a reflexionar sobre nuestra semejanza con el resto de personas y cuán abierta es nuestra mente al resto que nos permite pillar lo que otro piensa o siente.
La adicción a la comunicación es resultado de las nuevas tecnologías sí, pero pareciere más una confluencia con una necesidad mayor de expresarse de la raza humana. ¿La necesidad de entender más las propias emociones proviene del invento de Internet, las redes sociales, móviles, etc? ¿o coincide con un desarrollo y expansión mayor de nuestra capacidad de entender y comprender el propio mundo interior?
Sea como fuere, las palabras conllevan una gran responsabilidad. Una mala elección de palabras en una comunicación puede originar un sentimiento de agravio en otra persona, y una interpretación no certera de una situación o sensación repetida en nuestra mente como un mantra puede acarrear problemas de funcionamiento en nuestra vida.
Por todo ello, lo más conveniente para tener un camino llano de obstáculos es vigilar lo que entra en nuestra cabeza y sale de nuestra boca. La boca es una puerta al mundo.
EL secreto para ser humano reside sencillamente en descubrir qué es lo en que podemos influir en el exterior y trabajar para que “nuestras neuronas” creen las conexiones más positivas y veraces posibles.
Palabras que sabias,bellas y sanadoras son cuando el que habla es el corazón, al receptor no le importara estar más o menos de acuerdo,no,porque únicamente importará la manera en como tu las adornes con todo tu amor para que a el le resuenen en su interior.
Palabras que amargas,crueles y insanas son cuando se expresan desde odio,ira y rencor de una mente trabajando a destajo con un mal ego para clavar espinas al otro por puro dolor.
Porque no hay lenguaje más universal que el del amor el que no entiende de políticas,idiomas ni religión.
El que sólo sabe de tu y yo…del momento…de los silencios y de los gestos.
Todo lo demás es pura comunicación.