Mucha ocupación puede reflejar pereza. Veamos porqué.
Vamos a trabajar, después a la compra, luego preparar la comida, todo esto son rutinas necesarias, pero entretenernos en mirar cualquier tema en internet, pintarnos las uñas mientras meditamos, practicar excesivo deporte, no poder estar sentados en un banco o en el metro sin leer, mirar el móvil o cualquier otra distracción…etc, eso es mantenernos sobreocupados, es una tendencia neurótica que nace de querer hacer algo siempre, de no saber estar tranquilos, creemos que no podemos permitirnos perder el tiempo, que tenemos que tener un millón de experiencias diversas y fantásticas, ya que eso es lo vemos reflejado en las vidas de los personajes de las series televisivas, películas, anuncios, facebooks ajenos…etc.
Esta forma de operar nos conduce a sentir incomodidad en el silencio, a complicarnos pensando demasiado, a no disfrutar estando solos, a hacer excesivos planes que después no sirven para nada, pues planificar está muy bien como guía práctica pero no como forma de vida rígida, infelices.
Así pues, llevar una vida ocupada, con miles de cosas que hacer cada día es un signo de pereza porque escapamos de nosotros mismos y esto es muy perjudicial para nosotros porque no nos permite relajarnos ni escuchar nuestro sentir. Creemos que si no hacemos todas esas cosas que para nosotros son tan importantes no llegaremos a nuestros objetivos y metas y estaremos incumpliendo normas, valores…compromisos… cuando en realidad, lo único verdaderamente crucial es aprender a vivir en el instante presente, a trabajar con nuestra propia mente. Debemos soltar esa increíble atracción por estar ocupados, eso no significa quedarnos de brazos cruzados, pero sí parar, desacelerar poco a poco, amablemente…y entonces paradójicamente el tiempo cunde más y lo que hacemos lo disfrutamos y lo realizamos con más calidad porque fluimos.
Del mismo modo también la pereza se expresa cuando nos surge el desánimo por la situación en la que nos encontramos. Nos autodesanimamos “yo no puedo ser esto que quiero ser porque….”, “no soy capaz de ….” nos ponemos excusas de cualquier forma. Así nos hacemos cada vez más pequeños, nos sentimos tristes y abatidos. Aunque nos parezca que no depende de nosotros que nos falle la autoconfianza, en realidad sí que depende. Se trata de un falso sentido de humildad y de simplificación. No debemos dar rienda suelta a ese hábito de pensar así de nosotros mismos, pues nos dañamos mucho perdiendo el precioso tiempo de nuestra vida sin desarrollar nuestro gran potencial. Como decía Miguel de Cervantes…”no hay camino que no se acabe si no se le opone la pereza”
Un último ejemplo donde es importante observarse ocurre cuando queremos cambiar algo que sabemos que no está bien en nosotros, ya sea una actitud mental, un hábito alimentario, abandonar una adicción, al tabaco por ejemplo, etc, una vez llevamos a la práctica nuestro propósito, recaeremos algunas veces; ante esto, sentiremos una desagradable sensación de frustración, de no haber sabido mantener nuestro objetivo; entonces se disparan dos opciones: para no sentir más esa frustración, abandonarnos nuestro propósito y nos entregamos completamente al hábito, pensamos algo así como…”total…no he sabido mantenerme y eso me hace sentir muy mal, así que más vale que haga algo que me haga sentir bien ahora” así no solucionamos el problema ni progresamos ni nos fortalecemos, pero por lo menos no sentimos esa frustración tal dolorosa.
La opción óptima es experimentar la frustración, dejárnosla sentir, que nos envuelva al máximo hasta que finalmente nos produce un fuerte sentimiento de renuncia a esa conducta, entonces la decisión emerge del poder de cada uno.
En conclusión, la pereza puede generar tristeza, abatimiento, fatiga, sensación de soledad y descontrol…tanto si hacemos muchas cosas como pocas (según nuestra forma de ser) estamos siendo dirigidos por la pereza. Superar la pereza implica observación de uno mismo para reconocerla y actuar en consecuencia des de un fuerte sentimiento de renuncia y una necesidad de salir de este círculo vicioso que nos engulle.
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